Están escondidos bajo la cama, salen cuando apago la luz. Me
persiguen mientras duermo, me recuerdan a quién pertenezco, lamen con sus
lenguas venenosas las partes que tú has tocado. Me queman para dejar sensible
la piel, para que al despertar no te atreva a alejarte de mi memoria.
Esos recuerdos que me atormentan al cerrar los ojos han
cumplido su propósito, ya no eres mi objeto de deseo, solo eres la sombra que
me observa dormir, el miedo que recorre mis huesos al posar mi piel en otra que
no sea la tuya.
Están reduciéndome a cenizas y, temo, el viento terminará
por borrarme.
Están en su almohada y cuando me escurro bajo sus sabanas no
dejan de cantar su triste canción. En el punto previo al orgasmo comienzan a
gritar tu nombre, entonces pierdo la concentración, mi cuerpo tiembla y él que
es feliz de estar entre mis piernas cree, inocentemente, que mi miedo es mi clímax.